LA TRAGANTÍA:
Cuentan que ante el imparable avance cristiano los musulmanes de Cazorla abandonaron la medina, camino de la bien defendida Baza por los puertos de Tíscar. El último en partir fue el anciano rey en compañía de sus más fieles. El pobre hombre se resistía a dejar su reino. La verdad era que no quería marchar, pues había dejado a su bella hija, oculta en lo más profundo de su castillo.
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Castillo de la Yedra. Cazorla. |
Al fin se resignó a su suerte y abandonó la ciudad, sin confesar a nadie su secreto. Cuando su caballo atravesaba el puente que cruza el río Cazorla, una saeta cristiana atravesó su garganta, y con él murió su secreto.
Mientras, sola en la fortaleza, su hija andaba temerosa entre los oscuros pasadizos, no oyendo ruido alguno, esperando impaciente la vuelta de su amado padre. Pero los días pasaron, las velas que la alumbraban se consumieron, sus víveres se terminaron y comenzó a delirar y morir de frío. Cuando intentaba entrar en calor, notaba su piel pegajosa y fría, como si estuviera,.., llena de escamas, como si sus piernas se hubieran transformado en cola de serpiente. En su desatino ya no notaba ni el frío, ni el hambre; pues por encanto se había convertido en un terrible reptil, que se arrastraba y silbaba por las tenebrosas galerías.
Así cuentan en Cazorla como la desgraciada princesa se transformó en la temible Tragantía que en la noche de San Juan canta con melodiosa voz:
Yo soy la Tragantía
hija del rey moro,
el que me oiga cantar
no verá la luz del día
ni la noche de San Juan
Si un niño escucha esta canción, el monstruo lo devorará.
Todavía hay en el castillo de Cazorla una pesada losa con una argolla de hierro que nadie ha osado levantar. No es sino la entrada del profundo subterráneo donde el rey moro ocultó a su hija, y donde, hoy aún dicen, vive la Tragantía.
Texto adaptado de la Leyenda recogida por Juan Eslava Galán.