lunes, 14 de julio de 2014

MARINAS. I. ATARDECER.


En  medio del  ajetreo,  la playa se prepara para finalizar su dura jornada,  la luz del  sol  nos llama para que nos detengamos a admirar sus últimos destellos en este día.




Solícitos  los padres ayudan a sus hijos a recoger  palas, rastrillos  y cubetas, que construyeron sueños y castillos, mientras las doradas arenas se  van convirtiendo en rojos rubíes.


Es hora de otros habitantes de la playa, pescadores que preparan  sus cañas,  espectadores ávidos de admirar esa luz irreal , brillante, del  próximo ocaso.


Mientras, el sol, imperturbable, sigue su  eterno viaje,  y las olas de espuma blanca  continúan golpeando  melodiosas las arenas revestidas con reflejos de oro viejo.




La marina irradia todos los tonos y  colores, los más oscuros de la gris arena, para convertirlos  en densos  anaranjados,  delicados dorados y  rojizos ocres,




de pronto  el firmamento es una explosión de color que se apodera del mar en calma
para convertirlo en un espejo que acuna los rayos del sol,




testigos de postreras pisadas sobre la arena sembrada de guijarros redondeados por la espuma salina.





Otro alto para admirar sin prisa este diminuto estero,  donde el agua juega entre ondas que se arrullan y pareciera que desearan  acariciarse, abrazarse, 




 pequeño milagro,  que ocurre día tras día y que hoy, afortunados,  nos está permitido  contemplar.




No hay palabras para tanta belleza, solo nos queda admirarla.






Un instante después todo sigue siendo igual, pero tan distinto, como si infinitos  y mínimos instantes hubieran cambiado la tarde de una foto a otra.




En la orilla, permanecen atentas  las cañas, únicas testigos de esta pugna de colores, que irradian las nubes y tiñen las olas con pinceladas de anaranjados ecos.




Apenas en el descuido de un segundo todo lo que no envuelve hacia poniente es  arrebol,  que magnánimo deja emerger  pequeñas llamaradas de mano humana.



Si  volvemos la mirada hacia levante, la blanca esfera de luna aparece humilde y tímida en lo más alto del firmamento,  





 ella será dentro de poco la sola compañera de  espumas y plateadas olas.


Es la hora de la luna, en la horizontalidad  desnuda de la noche, solo su luz enérgica ilumina





 los rectos caminos que solo los marinos son capaces de trazar sobre las olas del mar,



   ya sólo nos queda caminar  entre la penumbra, que resbala sobre la páginas de un libro en blanco que está por escribir.


Carolina. Hasta pronto.

¡Esperamos vuestros comentarios!



1 comentario:

  1. con muchas de estas fotos me haria yo unos cuadros que paisajes mas bonitos

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