Una vez cada semana, por encanto, la Marina se
convierte en un Gran Bazar.
Marina abierta donde rompen todas las olas, todos
los vientos.
En el Gran Bazar atracan mercaderes, comerciantes,
buhoneros, chamarileros de todos los rincones, de todas las riberas.
Arriban risueños, traen escondidas entre sus cajas
de cartón y sus telas, el vuelo de una mariposa, el olor de una rosa; generosos los cambiarán por el tintineo de unas pocas monedas.
El Bazar es la ciudad de las miradas, sus grandes ojos
abiertos nos hipnotizan al pasar, un
lugar donde
las pupilas vuelan buscando, quizás el color del mar
o la sonrisa de la espuma.
Miradas de niños que ensimismados buscan su nombre
entre las mil y una hojas que alguien tejió con nudos de alfombras persas,
miradas de princesas que son ternura, cuando acarician
embelesadas muñecas tantas veces soñadas.
La Marina se transforma esta mañana en el reino de
las sedas y tules de Oriente,
vestidas con los más radiantes colores que el mejor pintor en sus más enfebrecidos delirios pudiera imaginar. ¡Qué derroche de luz! ¡Qué blancor! Luego en el lienzo tan imposible
de plasmar.
Más allá nos seduce el perfume de la miel, el dulce
sabor de los dátiles de Arabia, el aroma del tomillo, el frescor del hinojo, la
fragancia del romero,
y gracias a la alquimia todos los matices de las
flores del Jardín del Edén: alegres violetas, plateados nardos, violáceas
azucenas, fugaces pensamientos, porque en el Gran Bazar, nada es real, todo se puede comprar.
En las calles de la Marina se dan cita viajeros de
todos los lugares, de todos los mares, viene dispuestos al asombro, resueltos a
comerciar, a mirar.
¿Quién no compra este tisú de la India lejana?
¿Quién puede resistirse a llevarse una cadena
engarzada con oro de las minas del Rey Salomón?
¿Quién no lucirá vestidos tejidos con blanco algodón regado por el Nilo azul de los faraones?
¿Quién dejaría de buscar en el Laberinto del
Minotauro algo único, algo sin par?
¿Quién no
mercaría una pamela, un sombrero tejido con hojas de palma del dorado Sián? ¿Quién?
Mas el Bazar es caprichoso, voluble, cambia con las
estaciones, siempre hay que salir a su encuentro, para conocer con que nuevo
encanto nos quiere embrujar.
En esta mañana de calor encontramos unas gafas como
caídas del cielo, que guardarán celosas nuestras retinas, desafiando inmutables
al hiriente rayo solar. ¡Si quiere ver como le quedan, se puede usted mirar en el espejo!
Frágiles peinetas de concha de carey traídas del Arrecife
de Coral,
zapatos de
cristal, de infinito tacón, de paso sereno, o
camisetas que sueñan efímeras glorias.
Hay momentos en que el bullicio del Bazar se calma,
instantes para contemplar, para disfrutar en silencio de este momento fugaz
para apreciar la suavidad de una tela, deleitarnos con
la gracia de un volante al que los rayos del sol acarician, en la elegancia de
la caída del nudo de un chal.
Dejarse arrastrar por la ilusión de hallar algo que
comprar por tan solo una moneda de vil metal,
porque eso es el Bazar quimera dorada de minucias, que apenas rozar hemos olvidado ya,
gozo de palpar, medir, probar, pensar, sonreír y sí,
tal vez comprar.
Pero no es obligatorio, siempre podemos volver a
mirar, y volver a repasar, ¿quizás éste?
¡No! Sigamos buscando un poco más.
Siempre nos hará falta un bolso, ¿por qué no éste?
¿Una cortina? Amigo, deténgase, no se cobrar por mirar.
¿No quiere un cacharro, una figurita de barro?¡ Hoy
por un euro el Sol yo le vendo!
Para nosotros el Bazar hoy termina, continuamos
nuestro camino, sólo hemos comprado unos instantes de felicidad.
Una vez más gracias a nuestra amiga Carmen por sus comentarios desde la Marina.
Un saludo a todas y todos. Carolina.
enhora buena por las fotos tan bonitas y los comentarios sin palabras ¡¡¡¡¡¡¡ ME HAN ENCANTADOOO¡¡¡¡¡¡¡¡¡
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