La Jornada en la
marina comienza muy de mañana, con las barcas varadas al arrullo del viento que
silba entre las palmeras,
a sus
sones ondean banderas sobre resecos árboles de áspero esparto,
tras ellas una chalupa
ansiosa aguarda viajeros que degusten sus salados sabores, al abrigo de la
verde dársena a la que está eternamente, prisionera, amarrada.
Adelante el bosque de recias y resecas sombras, también vertical, espera
impasible frente a mareas y solaneras,
casi delirando, ante la inmensidad del mar y la arena.
A la playa se ha de ir ligero de equipaje, surcando blancas sendas entre el azul del ancho piélago,
al llegar nos saludarán casas de blanca cal, que visten sus puertas con el color de los pétalos en flor,
a su lado nos deslumbrará la claridad súbita de una ciudad de penumbras de girasol,
cobijo de una nación sedienta de descanso y evasión.
A la marina se llega por todos los caminos y por todos los medios, allí siempre podremos hallar el frescor de un verde oasis.
En la orilla es tiempo de charla, de infantiles juegos,
de intrépidos marinos en un bajel que pronto zarpará hacia remotas bahías, más allá del inescrutable horizonte, en una travesía que nos ayudará a
escapar de la telaraña que nos envuelve en nuestro diario pasar,
una singladura a lo más remoto y desconocido o
quizás a lo más profundo de nosotros mismos, la marina nos marcará el rumbo mientras contemplamos la inmensidad de la mar.
En la playa el tiempo es rápido y fugaz, apenas instantes en nuestro breve palpitar, y el sol ya está cayendo otro día más,
es hora de abandonar, la ciudad de tornasoles y saladas emociones,
allí quedarán desolados castillos, ilusiones de mojada arena y blancos guijarros que hoy fueron poderosas torres y atrevidas almenas,
sobre las aguas velarán armas, delicados prismas de audaces formas y brillantes colores, adormecidos por la brisa, acunados por el rumor del mar.
Es la hora de la luna, que ya ilumina el bosque desamparado, pronto por todos olvidado,
todo se prepara para un nuevo día,
mesas y sillas, quedaron abandonadas, huérfanas de palabras y miradas.
La marina es ahora el reino de los pescadores, que enamorados vendrán a rendir homenaje a la compañera del sol, ya reina del cielo,
señora de insomnios y blancos esteros.
Sobre la arena sólo quedan las olas, estrellas vivas de agua y aromas,
y en la playa, barcas varadas, que sueñan vientos y recuerdan marejadas.
Nosotros miramos al mar y continuamos nuestro caminar.
Gracias a todas y a todos los que nos leen.
Esperamos vuestros comentarios y sugerencias.
Un saludo. Carolina.
estas las comparto en mi facebook me encantan
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